Imperialismo y colonialismo son dos términos que habitualmente utilizamos para referirnos al establecimiento de un régimen de dominación de un estado sobre otro. Sin embargo, ambos remiten a fenómenos distintos, que presentan connotaciones también diferentes.
El imperialismo implica la subordinación de un estado o territorio con respecto a otro, no sólo bajo los márgenes de una dependencia política o económica de la población, sino también cultural. Bajo estos parámetros, un patrón lingüístico, valórico, religioso, una cosmovisión completa se impone sobre otra, transformándose de esta manera en un modelo oficial que generación tras generación termina siendo asimilado, en mayor o menor grado por la población sometida, como natural y propio.
Cuando no existe una penetración cultural, sino que más bien, la dominación efectiva se restringe sólo al ámbito meramente administrativo o formal; es decir, bajo formas de subordinación económica y política solamente, hablamos de un fenómeno distinto: el colonialismo.